Comentario
El final del Pleistoceno hacia el 8000 a.C. y las profundas transformaciones ambientales que ocurrieron, dejaron en América del Norte un amplio mosaico de nichos ecológicos a los que el hombre respondió con otras tantas posibilidades adaptativas. En esta ocasión, debido seguramente a la inmensidad del territorio a analizar, y a una gama superior de posibilidades ecológicas, la región no constituye un Área Cultural -como en el caso de Mesoamérica, el Área Andina o el Área Intermedia- ni será analizada de manera conjunta como Centroamérica, ya que las respuestas constatadas fueron muy variadas, dando lugar a desarrollos y adaptaciones muy diferentes. Los antropólogos han definido un total de diez Áreas Culturales -aunque existen diferencias entre ellos-, algunas de las cuales fueron a su vez subdivididas en función de la conjunción de ciertos rasgos específicos de importancia. Atenderemos en esta explicación a las siguientes áreas: Ártico y Subártico; los bosques orientales; las grandes llanuras; Gran Cuenca y Meseta; la Costa Noroeste y, por último, California y el Suroeste.
Las áreas Ártico y Subártico comprenden pueblos y culturas diversas.
Las comunidades que poblaron, supuestamente a partir del 40.000 a.C., esta región, la emplazada más al norte del continente americano, desarrollaron sistemas de vida muy variados, relacionados con la diversidad ecológica y la explotación de sus territorios. En sitios costeros durante la primavera y el verano fueron cazadas focas, ballenas y morsas, las cuales constituyeron su sistema básico de alimentación, aunque en invierno se dedicaron a la caza del caribú y el buey almizclero, utilizando para ello el arco y las flechas. Las Tradiciones Norton, Dorset y Thule se adscriben a este sistema de subsistencia.
Desde un punto de vista tecnológico, tuvo lugar una muy especializada manufactura de instrumentos de hueso y de marfil procedentes de animales marinos, destacando objetos como pectorales, cuchillos, pulseras y pendientes, en muchos de los cuales hay decoración incisa que hace referencia a la fauna local, a las actividades de caza y pesca, o a algunas de sus divinidades más importantes. En algunos de estos instrumentos, son comunes representaciones de hombres con trineos y rebaños de caribús que son perseguidos por cazadores, así como también pescadores en canoas consiguiendo animales marinos.
Los pueblos aleutinos desarrollaron también una excelente tradición en la talla de la madera a base de máscaras y bastones de mando de carácter ritual y político, emparentada en cualquier caso con los trabajos en madera de finalidad utilitaria muy comunes en la zona. En un sistema económico en que el transporte constituye una preocupación importante, se hacen corrientes los trabajos en cestería y bolsas en las que se incluyen decoraciones a base de colores que hacen referencia a su mundo simbólico.
Con respecto a otra área cultural, la correspondiente a los bosques orientales, es preciso señalar que al final del Arcaico se origina un espectacular desarrollo protagonizado por la cultura Adena (700 a.C.-400 a.C.), a la que siguen los desarrollos Hopewell (100 a.C.-400 d.C.). Son los constructores de montículos que, basados en el cultivo del maíz y otros productos secundarios, y en sucesivos contactos con grupos establecidos en el norte de Mesoamérica, incluirán en sus registros arqueológicos objetos muy complejos.
Los montículos se construyen a partir de grandes amontonamientos de piedras y tierra hasta formar inmensos círculos, cuadrados, pentágonos y, en ocasiones, llegan a simular animales, como serpientes, osos, águilas y pájaros. También los grupos Adena levantaron montículos funerarios, en cuyo interior se colocaron individuos -por lo general, reducidos a cenizas- junto a ricas ofrendas. Algunos objetos de cobre, como brazaletes, collares y anillos, ponen de manifiesto la existencia de relaciones comerciales con comunidades que se asientan más al norte, en particular aquellas que habitaban el lago Michigan.
Los grupos Hopewell complicaron aún más las costumbres funerarias Adena, construyendo algunos montículos funerarios que superaron los 500 m de diámetro, que fueron colocados en torno a espacios urbanizados y unidos mediante calzadas. Otras construcciones, sin embargo, tuvieron una naturaleza ritual, como es el caso del gran Montículo de la Serpiente en Ohio.
En tales recintos funerarios aumentó la presencia de objetos de cobre comerciados con comunidades del lago Michigan, pero también se importaron conchas del Atlántico y del Caribe, mica de los Apalaches y otras materias primas como cuarzo, ópalo, calcedonia, esteatita y una amplia variedad de piedras duras, que fueron transformadas en objetos en los que representaron la fauna de la región.
Hacia el 800 d.C. la complejidad Hopewell se trasladó hacia el sur, dando lugar a la Tradición Mississipeña, la cual tiene su fundamento en la introducción de nuevas variedades de maíz desde el norte de México. El éxito alcanzado por estas nuevas actividades de subsistencia, y por medio de la reactualización de algunas de las viejas rutas de comercio Hopewell, permitió la formación de densos asentamientos urbanos, algunos de los cuales como Moundville y Cahokia, alcanzaron una extensión de 13 km2 y albergaron 10.000 habitantes. En su interior, plazas, montículos, pirámides, murallas y grandes estructuras, recuerdan el esplendor de las grandes ciudades de Mesoamérica.
Los Apalaches por el este y la Gran Cuenca por el oeste delimitan un inmenso territorio de tierras templadas, muy fértiles, denominado por algunos investigadores como Grandes Llanuras. Tradicionalmente, ésta fue una región de pastizales que no tenían fin, donde prevaleció el bisonte hasta la etapa de superposición occidental, pero también otros animales de menor tamaño, como venados, conejos y una amplia variedad de roedores. Existe, no obstante, una fuerte variación ecológica de norte a sur y de este a oeste en esta inmensa región.
La riqueza alimenticia de estos pastizales, el tamaño del territorio, y la variedad de las comunidades asentadas en ella, hizo que la caza y la recolección de semillas y tubérculos fuera su actividad principal, mientras que la agricultura fue un sistema de subsistencia marginal hasta la llegada de los europeos. Hacia el 900 d.C., la zona se incluyó en la órbita de influencias de la región de los Bosques, iniciándose la construcción de montículos y centros fortificados en las fértiles llanuras, promovida en parte por la expansión del sistema agrícola de la Tradición Mississipeña. Con todo, gran parte de la etapa ha estado definida por comunidades seminómadas, por lo que los restos de su cultura material son muy escasos.
La Gran Cuenca y la Meseta constituyen un inmenso territorio del oeste de los Estados Unidos, caracterizado ambientalmente por disponer de un drenaje interno y por la aridez que se origina ante la escasez del régimen de lluvias. El resultado de esta situación ecológica es una dedicación orientada a la recolección y a la caza. Es precisamente en este área donde se identificó por primera vez la Tradición Cultural del Desierto, iniciada con el periodo Arcaico (7.500 a.C.), que resultó de un claro éxito adaptativo, a juzgar por su pervivencia en el tiempo y por su expansión hasta territorios de América Central.
Con la retirada de los hielos, la región se hizo árida y seca, por lo que sus habitantes se especializaron en la recolección de semillas, raíces, bayas y frutos silvestres, y también en la caza de venados, conejos y una rica variedad de roedores. El instrumental utilizado por estas comunidades seminómadas fue escaso, y se fundamentó en puntas de dardo, piedras y manos de moler y en una amplia variedad de trabajos de cestería, muy adaptados a la movilidad estacional a que obligaba su sistema de subsistencia. Esta evolución, caracterizada por su continuidad, sólo se vio alterada por la intrusión Fremont, originada por la presencia de agricultores Anasazi que se establecieron en torno al lago Salado en el Estado de Utah.
Orientada de norte a sur, el Área Cultural del Noroeste es una región que transcurre paralela a la costa del Pacífico y que está delimitada al este por una línea de montañas que le confieren un clima templado. El territorio fue ocupado tal vez desde el 10.000 a.C. por comunidades especializadas en la recolección y la caza. Al menos desde el 3.000 a.C. diversos asentamientos orientan su subsistencia a la recolección de moluscos, dejando para el registro arqueológico inmensos montículos de desechos denominados concheros.
Más tarde, las comunidades establecidas en la región comenzaron a especializarse en la pesca marina y fluvial y en la recolección, sobre cuya base llegaron a organizar densos asentamientos interpretados como cabeceras de complejas jefaturas desde el 500 d.C., las cuales identifican un sistema de rangos muy estratificado.
Tal jerarquización queda claramente constatada en el registro arqueológico, donde aparecen pipas, brazaletes, pulseras y otros objetos de prestigio elaborados en concha, hueso y cobre. Pero sin duda, el medio fundamental de expresión artística fue la madera, con la que los distintos grupos afincados en el Noroeste construyeron sus casas e instrumentos de trabajo como las grandes canoas; también objetos utilitarios -cucharas, peines, hachas...-, y sobre todo manifestaciones de naturaleza ritual, en especial máscaras, cajas y totems, cuya manufactura especializada constituye un claro indicador de la estratificación de la sociedad.
California y el Suroeste forman una gran Área Cultural, que incluye porciones importantes de los Estados de California, Colorado, Arizona y Nevada en el Suroeste de los Estados Unidos, y los Estados de Sonora y Chihuahua en el norte de México, constituye -por sus especiales relaciones con Mesoamérica durante la etapa prehispánica- un caso muy peculiar en la especificación de las áreas culturales de América del Norte.
Como consecuencia de tales relaciones, algunas comunidades se alejan de los patrones característicos del Arcaico que se fundamentan en la recolección y la caza, y se hacen agricultoras incipientes, al menos desde el 500 a.C., dando lugar a diferentes tradiciones.
La Tradición Hohokam del Sur de Arizona se inicia aproximadamente en esta fecha, y tiene sus bases en los trabajos agrícolas por medio de la irrigación del desierto. Junto a la agricultura y a los grandes poblados sedentarios como Snaketown, surge la cerámica rojo sobre crema, que acompaña a objetos especializados como manos y metates y puntas aserradas de proyectil.
Hacia el 500 d.C., como consecuencia del expansionismo de la gran capital clásica mesoamericana de Teotihuacan, aparecen en la región juegos de pelota y grandes montículos ceremoniales que se concentran en recintos urbanos, como ocurre en Mesa Grande. Estos centros controlaban los ricos suelos aluviales del desierto, en los que se establecían comunidades más pequeñas de casas semisubterráneas circulares.
Hacia el 1300 d.C. se produce un profundo cambio en el patrón de asentamiento y se levantan casas de adobe y caliche -una formación rocosa característica del desierto- de forma cuadrada y rectangular, que se disponen en varios pisos colocados en los acantilados de los desfiladeros, en áreas bien defendidas. A mediados del siglo XV las incursiones apaches finalizan el sistema agricultor y se vuelve a una vida seminómada y recolectora.
La Tradición Mogollón del suroeste se inicia poco después del 200 d.C. con grupos agrícolas que elaboran cerámica, aunque no obtiene su esplendor hasta el siglo X. Entonces florecen varios asentamientos en el valle del río Mimbres y se inicia el gran desarrollo de Casas Grandes (Paquimé) entre el año 1.060 y el 1.380 d.C.
La etapa tolteca en Mesoamérica potenció la denominada Ruta de la Turquesa, definida por los contactos establecidos entre grupos del centro y norte de México densamente poblado con comunidades del suroeste de Estados Unidos. Como ocurriera con el caso Hohokam, el sistema de asentamiento básico en la región antes de la décima centuria fue el de casas semisubterráneas circulares y la construcción de grandes kivas circulares, que fueron interpretadas como inmensas habitaciones rituales utilizadas para ceremonias colectivas. Estos asentamientos, como Pueblo Bonito, tuvieron un carácter defensivo y actuaron como grandes centros de abastecimiento en relación con inmensas regiones generalmente desasistidas, pero ricas en materias primas, como turquesa, ámbar, ópalo y otros materiales preciosos, que fueron altamente apreciados y requeridos por las elites toltecas mesoamericanas.
La cerámica del valle del Mimbres, asociada a algunos de estos centros rituales con kivas, tuvo un gran desarrollo, utilizando la bicromía en rojo y negro sobre fondo blanco con decoraciones geométricas, zoomorfas y antropomorfas, que son un bello ejemplo de integración del mundo simbólico del desierto con el procedente de las complejas realizaciones artísticas de la gran civilización de Mesoamérica.
El tercer gran desarrollo cultural del Suroeste está protagonizado por la cultura Anasazi, que manifiesta vida completamente sedentaria desde el 250 a.C. Al contrario que las dos tradiciones anteriores, Anasazi no manufactura cerámica asociada a la vida sedentaria, sino que desarrolla una compleja tradición cestera basada en las pautas culturales recolectoras del desierto, y que se mantiene hasta el 750 d.C. Tal tradición de los cesteros, que elaboran objetos de complicados diseños y variadas funciones, se relaciona con las casas circulares semisubterráneas tan comunes a lo largo de toda el Área Cultural.
La cerámica en esta tradición aparece en el 500 d.C. con diseños en negro sobre blanco, coincidiendo con la decadencia del sistema de vivienda semisubterránea. Los grandes centros consisten entonces en habitaciones cuadradas y rectangulares hechas de adobe y caliche, que se agrupan en varios pisos y se colocan también en los acantilados de los desfiladeros, con una clara posición defensiva. Es el caso de Mesa Verde y Cañón de Chelly. Hacia 1300 d.C., estos asentamientos complejos decaen y se reinstaura el sistema de vida seminómada y de agricultura incipiente, de manera que, en cierta medida, las comunidades indígenas de esta región también se asimilan a uno de los sistemas de vida que ha tenido mayor continuidad cultural en Norteamérica: la Tradición Cultural del Desierto.